¿Por qué no me refugio en lo que me hace bien?
Mis pasos en falso cuando el mundo se da vuelta.
¿Por qué dejamos de hacer lo que nos hace bien?
La última vez que te escribí fue en diciembre.
¿Por qué desaparecí? Porque mi comienzo de año fue un huracán.
Noticias que me sacudieron (algunas buenas, otras no tanto). Una avalancha de trabajo que me consumió por completo (y de la cual estoy agradecida). Y un sinfín de situaciones que parecían no darme respiro.
Al final del día, cuando cerraba la computadora, mi energía estaba en números rojos. ¿Y qué hacía? Abría otra pantalla y ponía una serie fácil de digerir, algo que no me pidiera pensar demasiado.
A veces, eso es justo lo que necesitamos. Un programa tonto, un rato de desconexión. Pero, siendo honesta, esos momentos no me devolvían nada. No despejaban mi mente, no me daban satisfacción, no renovaban mi energía.
Lo que sí lo hace es escribir. Compartir ideas, recibir comentarios de personas que resuenan con mis palabras. Eso me hace sentir que el día valió la pena. Entonces, ¿por qué es lo primero que dejo de hacer cuando la vida se pone difícil?
Quizás es un auto-boicot. Quizás es esa inercia de dejarse llevar por la mala racha en lugar de empujar, aunque sea un poco, en la dirección contraria. Porque en los momentos en que más lo necesitamos, nos olvidamos de las cosas que nos sostienen.
Si te pasa lo mismo, si venís arrastrando días pesados, semanas complicadas o meses en los que todo parece cuesta arriba, regalate un momento.
Escribí. Pintá. Salí a caminar sin rumbo. Andá a ese café que te gusta. Llamá a un amigo aunque estés agotado.
No dejes que la mala racha se convierta en un lugar permanente. Y si no podés salir de ella, al menos buscá la forma de hacerla más habitable.
Nos leemos pronto.